Foto portada.- El Pabellón de las Rosas durante sus primeros años. Era un antiguo stud de la Cabaña Anaya, adquirido por Piria y rearmado en Piriápolis en 1927, siendo inaugurado oficialmente en 1933.
En el marco del ciclo «Historias de Piriápolis» del Prof. Gastón Goicoechea exclusivo para diario La Prensa y semanariolaprensa.com, presentamos esta serie de 4 capítulos titulada «Memoria histórica del Pabellón de las Rosas y su custodia por la Asociación de Fomento y Turismo de Piriápolis».
El investigador histórico de Piriápolis, Prof. Gastón Goicoechea, realiza un pormenorizado relato de los 91 años de historia del Pabellón de las Rosas, desde su construcción en 1927 hasta nuestros días, siendo custodiado y gestionado durante gran parte de su existencia por la Asociación de Fomento y Turismo de Piriápolis.
MEMORIA HISTÓRICA DEL PABELLON DE LAS ROSAS
75 años de su custodia y gestión por la Asociación de Fomento y Turismo

Por Prof. Gastón Goicoechea.- En el marco de cumplirse 85 años de la inauguración del Pabellón de las Rosas, y 75 años de la custodia y gestión del mismo por la Asociación de Fomento y Turismo de Piriápolis, se difunde esta serie histórica sobre este edificio emblemático de Piriápolis.
El Pabellón Piriano y el mito del ingeniero Eiffel (1927-1942)
Aún hoy, el imaginario popular señala que el Pabellón de las Rosas tendría su origen nada más y nada menos que en los Talleres Eiffel de París, diseñadores y constructores de la célebre torre parisina y de grandes obras en hierro como estaciones de trenes, puentes, entres otros.
Sin embargo, su origen es estrictamente montevideano. Su historia puede remontarse a los remates que fueron la base de la fortuna de Francisco Piria, dinero que le permitió financiar y sostener el emprendimiento de Piriápolis en la costa Este del Uruguay. Lo que hoy conocemos como Pabellón de las Rosas, ya existía con su característico techo y planta circular a comienzos del siglo XX, sólo que estaba en la entonces periferia de Montevideo.
En enero de 1926, Piria remató 165 solares de la antigua Cabaña Anaya, en la zona entre el Paso Molino y la Barra del Santa Lucía. Si bien el remate vendió casi todos los solares, no fue así con los grandes edificios del predio, entre ellos el Stud, es decir, el lugar en el que se criaban y cuidaban los caballos de carrera, que era para lo que estaba destinado este edificio circular.
Al no poder vender el edificio, Piria ordenó desarmar el Stud, y rearmarlo en Piriápolis, al lado del enorme y lujoso Argentino Hotel, todavía en construcción. El historiador Rubens Rodríguez, en su libro “La Comarca de los Cerros y el mar”, afirma que el techo del Pabellón de las Rosas de Piriápolis, fue armado y colocado por la Empresa Guida, de los hermanos Guida, Francisco, Pedro, Juan y Miguel, instalada en Montevideo (Miguelete y Democracia). Unos de los operarios que trabajó en la instalación, Saturno Ricco Radicce, que años más tarde se instalarían con su familia en el balneario. La Empresa Guida ya había realizado trabajos en la escalera del Argentino Hotel, como en los posteriores techos de los Garajes del Argentino, en Simón del Pino y Reconquista.
Ya en 1927, en el diario de Piria, “La Tribuna Popular”, se anunciaba la existencia del Pabellón de las Rosas: “Al oeste del Hotel surge un Pabellón especial de 40 metros de diámetro con doble fila de palcos y 30 metros de altura, obra artística independiente de la construcción del Hotel. Todo ornamentado con plantas y flores y el centro se convertirá en sala de baile donde cómodamente bailarán los días de fiesta 2000 parejas (sic)”.
Antes de su inauguración oficial en 1933, por varios años el Pabellón fue usado para congregar allí los fines de semana a las clases medias y obreras montevideanas, público que cimentó la fortuna de Piria como rematador, ofreciendo un fin de semana en el balneario por un precio módico, que incluía un suculento almuerzo. En 1931, y con el Pabellón aún con detalles por terminar, “La Tribuna Popular” lo propagandeaba. “En el gran pabellón se sirven comidas abundantes y de primera calidad: 3 platos, pan, queso, fruta y pastelería, media botella de vino. Almuerzo completo durante la temporada por un peso. Resulta que con dos pesos cincuenta se hace la fiesta. Autobuses ida y vuelta (a Montevideo), todo por 25 reales.
Esta innovación se hace para que el público sepa lo que cuesta un día entero de jolgorio”. Rubens Rodríguez menciona otra publicidad, que lo promocionaba con “46 palcos, escenario de teatro y biógrafo, especial para grandes banquetes y salón de baile, estando alrededor siempre las mesas tendidas. El pasajero… se le sirve de la cocina del Argentino Hotel y el menú: 3 platos abundantes, queso compotas, pastelería y fruta, Media botella de vino, todo por un pesos, mientras en el centro del salón la gente baila a los acordes de una excelente música. El salón tiene capacidad para 3.500 personas”.
Según Rubens Rodríguez, designar al antiguo local de la ex – Cabaña Anaya como “Pabellón de las Rosas” podría haber estado influido, “por el gusto y admiración de Piria por las rosas, como lo demostraban sus jardines, y por otro lado, las paredes internas del local, mostraban jóvenes, niñas, damas con sombrero y capelinas, jugando y danzando, entre el enorme rosedal, con sus flores pintadas. Otra posibilidad del nombre Pabellón de las Rosas, podría estar dada por haber existido un local en Buenos Aires, en Avda. Alvear (actual del Libertador) y Tagle con el mismo nombre, a principios de siglo XX, que era escenario de actuaciones y espectáculos diversos, principalmente tangueros, entre ellos la presencia de la orquesta de Francisco Canaro, que habría interpretado el vals titulado, “Pabellón de las Rosas”, música de José Felipetti, con letra de Ángela M. Felipetti y Antonio Catania, grabado en 1915 (sello Atlanta). También lo tiene grabado la orquesta de Héctor Varela, D`Àrienzo, Angel Vargas, entre otros. La milonga Vieja Postal, música Juan J. Guichandut, letra Horacio Sanguinetti, también se refiere al Pabellón de las Rosas…”
En febrero de 1933, Piria inició una serie de eventos que, con gran publicidad, inauguró oficialmente el Pabellón de las Rosas. Desde sus inicios, este edificio cumplió sus históricas funciones que lo marcarían por más de ochenta y cinco años.
Primero fue inaugurado como lugar de bailes, el 5 de febrero, día en que confluirían, por tierra un “convoy de coches (…) por la hermosa carretera que une Montevideo con ese balneario”, mientras que por el Río de la Plata viajaría “el vapor de la carrera Ciudad de Montevideo”, viaje suspendido luego por el mal tiempo.
El 15 de febrero lo inauguró en su papel de centro de espectáculos, presentando al famoso conjunto coral ruso de “Los Cosacos del Don”, compuesto de 30 voces, dirigido por el maestro Nicolás Ilos Truiloff, (formado en 1922) que por primera vez se habían presentado en Uruguay, en el Estudio Auditorio, el Teatro Solís, y el Estadio Centenario. Originalmente estaba formado por un grupo de exoficiales del Ejército Imperial Ruso, fugados de la Rusia soviética. Hicieron su debut formal en concierto en Viena en 1923, dirigidos por su fundador, director y compositor: Serge Jaroff, realizando una gira por América en 1930, haciéndose pronto famosos en Occidente, principalmente en EEUU. Enormemente famosos en todas partes, dando giras por el mundo en las décadas de 1930, 1940 y 1950, se presentaban vestidos como cosacos, cantaban a cappella un repertorio a base de música sagrada y secular rusa, de armada, folk y canciones artísticas. El baile cosaco fue añadido finalmente a sus programas.
El tercer rol del Pabellón sería como centro de encuentros deportivos, contando con la iniciativa y organización del argentino Alberto Festal, asiduo veraneante de Piriápolis (su casa era el chalet “Los Dados” en Sanabria casi Tucumán), fundador y primer presidente de la entonces Comisión de Fomento y Turismo en 1935. Según Rubens Rodríguez, Festal programó “en varias oportunidades, por años, veladas de boxeo, donde el crédito local, Alberto Lima, con mucho entusiasmo, valor y calidad, se llevaba el aplauso de la afición. Las jornadas se jerarquizaban con la presencia de púgiles nacionales y argentinos, éstos últimos especialmente invitados por Festal y su amigo Oriani (ambos miembros de la Comisión de Turismo local) dirigentes de la Federación de Box Argentina, conocedores de los planteles dedicados al deporte de los puños. Para los espectáculos boxísticos, se armaba un ring, reglamentario, el que era desarmado, si al finalizar el boxeo se programaba otra actividad, casi siempre un baile.
ra notable la ductilidad que ofrecía el local del Pabellón de las Rosas, donde en un santiamén, los escenarios, la escenografía, se modificaba, para alternar otras disciplinas culturales y deportivas. Años más tarde, su piso de baldosas, sería señalado por rayas de canchas de, básquetbol, voleibol, fútbol de salón, sin olvidar los grandes bailes, amenizados por orquestas y conjuntos internacionales, los festivales, certámenes de bellezas, desfiles, etc”.
En 1932, ya se tiene el primer antecedente registrado de lo que será su histórico papel social como sede de los eventos educativos locales de fin de año. Rubens Rodriguez afirma que ese año el “Pabellón de las Rosas comenzó a tener otro rol, adornándose con las risas, gritos y canciones de niños, cuando la maestra María Mercedes Roquero, organiza la fiesta de fin de curso del año lectivo 1932, de la Escuela
Nº 37 Del Bosque (actualmente Francisco Piria), como inicio de escenario de espectáculos culturales, artísticos y deportivos”.
En su propaganda, cuando se anunció con gran pompa la presencia del edificio en el balneario Piriápolis, adjudicándole en nombre de “Pabellón”, nunca se recordaba o reconocía su anterior función como criadero de caballos. Según el historiador Luis Martínez Cherro, en su libro “Por los Tiempos de Francisco Piria”, la intención se debía al elitista público que visitaba el lugar, principalmente el argentino. “¿no sería una tesis aceptable adjudicar al mismísimo sagaz rematador la autoría de un prestigioso origen francés al Pabellón, salteándose su primera etapa hípica? Es dable suponer que para el ingenuo orgullo de un turista argentino de clase alta, bailando al son de famosas orquestas en el Pabellón, se avendría más el antecedente parisino de un local encargado especialmente para el balneario, que el que registra realmente la historia imbricado en las patas de los caballos”.
De hecho, Martínez Cherro cita el testimonio de Tomás Sención, quien recuerda que el Pabellón “conserva los argollones donde atar los caballos, lo adquirió Piria en el remate de la Cabaña Anaya y tenían dibujadas en el hierro forjado de las columnas (hoy cubiertas de pintura) una gorras de jockeys”. El arquitecto Mario Páez ha mencionado incluso que en el techo original del Pabellón, en una de las chapas reza en inglés “Queens head special flat”, confirmando el tradicional origen británico de casi todas las obras prefabricadas de infraestructura, basadas en hierro forjado.
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